Para los toraja, una comunidad indígena en la isla de Célebes, en el este de Indonesia, los muertos son una parte constante de la vida diaria.

Un reportaje de BBCmundo destaca que en la simple sala de la casa, cubierta con paneles de madera, sin muebles y con unas pocas fotografías en la pared, se escucha un parloteo y huele a café. Es una reunión familiar íntima.

«¿Cómo está tu padre?», pregunta uno de los invitados al huésped. El ánimo cambia repentinamente. Todas las miradas en el pequeño cuarto se dirigen hacia la esquina, donde un anciano está recostado en una cama colorida.

«Sigue enfermo», responde con calma su hija, Mamak Lisa.Sonriendo, Mamak Lisa se levanta, camina hacia el anciano y lo sacude suavemente.

«Padre, tenemos visitas que vienen a verte. Espero que esto no te incomode o te enoje», le dice ella.

Luego me invita a conocer a Paulo Cirinda. Miro hacia la cama. Cirinda está acostado completamente inmóvil, ni siquiera parpadea, aunque difícilmente puedo verle los ojos a través de sus lentes cubiertos de polvo.

Les llevan comida, bebidas y cigarros dos veces al día. Los lavan y les cambian la ropa regularmente.

Los muertos incluso tienen un tazón en la esquina de su cuarto para «usar el inodoro». Los muertos nunca se dejan solos y las luces siempre están encendidas cuando oscurece.

Las familias temen que si no cuidan los cuerpos adecuadamente, los espíritus de los difuntos les crearán problemas.

En el pasado se acostumbraba frotar hojas y hierbas en el cuerpo para preservarlo. Pero ahora se inyecta una solución química conservante, el formaldehído o formol.

Esto deja un poderoso hedor en la habitación.

Por Margarita Brito

Periodista con más de 20 años de experiencia en radio, televisión y prensa escrita. Esposa, madre y abuela. Escribo porque me gusta y porque nada me es ajeno.

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