¡Cuántas anécdotas pueden contar los periodistas en su diario ejercicio y cuantas peripecias que han tenido que hacer para lograr una noticia! En mis más de 30 años de ejercicio también tengo algunas que iré narrando en la medida de lo posible.

Inicie mi carrera periodística en Santo Domingo, a mediados de los 80′ s del pasado siglo, trabajando en la radio. Entonces no había computadora ni Internet, sino maquinas de escribir y papel. Recuerdo la gran actividad que generaba la producción de un informativo como Radio Mil Informando, en sus tres ediciones diarias de más de una hora.

El tecleo constante de más de 15 maquinas de escribir en la sala de redacción era ensordecedor, lo que ligado a los teléfonos repiqueteando frecuentemente y la conversación de los redactores, que iban llegando tras cubrir algún hecho noticioso, hacían del lugar un hormiguero humano.

Había ocasiones, -si la noticia era importante o como decimos en el argot periodístico- «un palo», que si el reportero no tenía finalizada su historia, el jefe editor iba, le paraba de escribir y halaba el papel de la nota sin concluir, para llevarla corriendo a la cabina donde sería leída por el locutor.

Recuerdo que en la redacción había una salida de emergencia por la cual salían a escondidas los periodistas, cuando escribían o denunciaban algún tema que no agradaba al gobierno, en ese entonces del Dr. Joaquin Balaguer, porque era frecuente que se presentaran agentes de la Policía a interrogarlos y hasta apresarlos por el escrito.

Esa rapidez de la radio me hizo ágil al escribir y entrevistar, pero también a investigar en profundidad si el trabajo era especial, pero tras estar más de seis años en Radio Mil, no no dejé de trabajar allí, sino que tuve que «pluri emplearme», porque ya se sabe como es el salario de un periodista en el país.

Ingresé al periódico Listín Diario, donde laboraba más horas pero el trabajo era menos estresante, pues en el matutino no había la inmediatez de la radio, y en principio me enviaban a cubrir crónicas ligeras y de interés humano lo que era muy fácil para mi, aunque más adelante pasé a la cándela.

Narro esto para comentar una anécdota peculiar. Era un día cualquiera de la semana cuando fui enviada a realizar una entrevista a un empresario dueño de una importante empresa del país.

Llegamos el fotógrafo y yo a la oficina de aquel empresario y en 15 minutos ya habíamos concluido, sin embargo aquel hombre estaba sorprendido y me preguntó que cómo era posible, a lo que le cuestioné sobre si tenía algo más que decir, puesto que ya le había preguntado sobre los puntos de interés  que queríamos destacar.

El dijo que no, que no tenía nada más que añadir, pero que le extrañaba que hubiéramos concluido tan rápido ya que meses antes otro periodista compañero del periódico le había entrevistado y había tardado horas para concluir. Me encogí de hombros y le dije que no sabía.

Al otro día, cuando salió la entrevista el empresario me llamó y me dio las gracias, satisfecho con la información que se había publicado. Yo di las gracias por su llamada pero le comenté que sólo hice mi trabajo.

Crecí en el seno de  una familia pobre, pero cuando inicié mis estudios de periodismo lo hice convencida de que podría aportar honradamente un «grano de arena» a la sociedad dominicana, que tanto lo necesitaba y lo necesita aún, nunca pensé ni pienso enriquecerme sino vivir dignamente.

Digo esto para narrar otra historia. Laborando en el mismo diario fui enviada a realizar un reportaje a una reconocida tienda de calzados ya desaparecida. Como siempre, realicé rápidamente mi trabajo aquel empresario me llamó en un aparte para decirme que fuera al otro día a buscar un par de zapatos, lo que me molestó mucho y le contesté que no, que a mi me pagaban por el trabajo que estaba haciendo.

Aquel hombre acostumbrado a mandar se molestó ante mi negativa, pero yo también me molesté con él, que enfadado me preguntó el motivo por el cual no accedía a tomar lo que ofrecía, le contesté que porque ese era mi trabajo y el no tenía que darme nada por hacerlo.

No quedó contento, pero yo no transigí, al final aceptó pero me dijo que otros lo habían aceptado, sonreí y no dije nada. Hice mi trabajo y quedó satisfecho.

 

Por Margarita Brito

Periodista con más de 20 años de experiencia en radio, televisión y prensa escrita. Esposa, madre y abuela. Escribo porque me gusta y porque nada me es ajeno.

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