El caos que se arma en la Duarte con París es grande.

Margarita Brito

Toques de bocinas de carros públicos que prácticamente se empujaban para pasar adelante, autobuses y voladoras (minibuses) destartalados, motoristas que se metían entre automóviles y vehículos grandes esquivando milagrosamente un choque mortal y un ruido infernal: estaba en la esquina de la avenida Duarte con París.

Gente por doquier, motoristas parqueados en  medio, en la isleta de la vía, pero obstruyendo el tránsito a pie y en vehículos a la espera de un cliente. Vendedores con y sin alto parlantes gritando los precios de su mercancía, en su mayoría ropa y calzados de las llamadas pacas, que se ofertan a bajos precios.

Una mujer sale de repente de una tienda y grita que llamen a la policía, mientras varios vendedores preguntan que si hay un ladrón, pero ella responde que no, que dos hombres están peleando dentro. De inmediato se acercaron tres agentes que custodiaban en la esquina. No me quedé a ver pero oí cuando un vendedor de la calle gritaba que era el flaco, que se había peleado con su jefe.

Allí estaba yo buscando un asa de cartera que no encontré en las tiendas de manualidades, entre el gentío y el bullicio, aquello era infernal, una locura en un soleado viernes a las 10 de la mañana.

Para llegar abordé una voladora de la ruta 19, que pasa por la Duarte hasta llegar a la avenida Independencia, ante la dificultad manejar en la zona y luego hallar  parqueo.

Nada más sentarme en el vehículo siento como la parte trasera del pantalón se engancha en un alambre que tenía el asiento.  Al intentar zafarlo sólo oigo el rasss de la tela al romperse. Genial! tengo el pantalón roto, sin embargo me consuelo pensando que el t-shirt me queda largo y tapará la rotura.

Tras respirar profundo miro para ver a quienes viajan en el vehículo, ya vamos por la calle José Martí, en la parte de alante entre el chofer y el primer asiento va una mujer hablando sola, tirándole besos a todos los hombres en las calles y haciéndole gestos obscenos invitandoles a subir a la guagua con palabras impublicables.

«Papi», grita. Ven sube que hay asiento. A esas alturas, ya el minibus a recorrido varias calles y recogido varios pasajeros, que intentan esconder la risa, mientras la mujer sin darse por aludida sigue lanzando besos a todo el que ve.

Una parada para que otra persona aborde el bus y la «loca» llama a un vendedor de agua, toma la botella, la abre y se da un trago, mientras el vendedor espera que le pague los 1O pesos. Ella le ve y le dice: ya vete, Jesús te paga.

Risas, refrenadas, la mujer no da mente y sigue hablando de sexo y de lo que tienen que hacer hombres y mujeres con sus órganos sexuales, todo en un lenguaje más vulgar que se pueda escuchar.

Un pasajero pregunta que dónde se apaga la mujer y otro le pregunta al chofer que donde es que ella se queda. Ella está en su mundo narrando las cosas que dice un hermano y su mamá, a la que dice que odia, para pasar a hablar del cuidado de los hijos, cuando ve caminar por la acera una mujer cargando un bebé que lleva un gorrito de lana.

Quítale ese gorro, son las 12 del mediodía, lo llevas salcochado dice, mientras el vehiculo se ha parado para dejar un pasajero y se acerca otra vendedora de agua. Dame una dice la mujer de nuevo, toma la botella, la abre e intenta dársela al chofer. Pero la vendedora haitiana, hablando un mal español la conmina a pagarle, mientras le arrebata el agua de las manos.

Oooh, dice uno de los que viaja en el vehículo, mientras se ríe junto a los demás. El vehículo arranca mientras la mujer no conforme le grita a la vendedora que por su mal corazón es que Haitís remenea, refiriendose al temblor de tierra que sacudió el vecino país.

Ya prácticamente he llegado a mi parada. Estamos frenta a Plaza Lama de la Nicolás de Ovando, donde decenas de vendedores ambulantes ofertan productos diversos, entre estos guineos y otras frutas.

«Pásame una funda de guineo», dice la loca. Ay! la perdió dice el mismo pasajero que se reía, pero no fue así, porque la vendedora, otra haitiana al parecer la conocía y no se acercó aunque la mujer la seguía llamando.

Tras ponerse en marcha el minibus, la mujer se lanz´a cantar a voz en cuello, usando la voz en puño como micrófono. Le digo al chofer que me quedo y tras bajar le informo del alambre que me rompió el pantalón.

La mujer de inmediato comenzó a cantar algo sobre el pantalón que seguí escuchando mientras la voladora se alejaba.

Sin darle mente a la rotura en mi trasero, intenté ver lo jocoso de lo ocurrido y en que luego de transitar en medio del gentio y el bullicio de la Duarte con París, no encontré lo que buscaba y regresé a la casa con las manos vacías.

 

Por Margarita Brito

Periodista con más de 20 años de experiencia en radio, televisión y prensa escrita. Esposa, madre y abuela. Escribo porque me gusta y porque nada me es ajeno.

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