siamesasRIAD, Arabia Saudita – El doctor le pidió a los padres que se despidieran. Con los ojos llenos de lágrimas, extendieron sus palmas para orar y se inclinaron sobre la cama del hospital para besar la pequeña frente de sus hijas.

Desde su nacimiento, las niñas habían pasado un año la una frente a la otra, como imágenes en un espejo del cual no pudieron escapar. Eran gemelas idénticas unidas por el abdomen, cada una con dos brazos y dos piernas, corazones y sistemas digestivos propios, pero compartían un solo hígado. La sangre que bombeaba a través de una también fluía a través de la otra, publica  nytimes.com

Se podían poner de pie con la ayuda de su madre, a veces posando mejilla con mejilla, en otras ocasiones colocaban sus brazos alrededor del cuello de la otra como si bailaran una melodía lenta. Ahora, poco después de su primer cumpleaños, habían viajado desde su humilde pueblo en Pakistán a Arabia Saudita para una cirugía de separación insólita y peligrosa que cambiaría sus vidas de manera radical.

“Todavía tengo mis dudas y tengo miedo”, dijo su padre, Nisar Ghani, de 45 años, mientras los doctores llevaban a las niñas, Fatima y Mishal, hacia la sala de operaciones. “Al final, dejo todo en manos de Dios”.

La operación, realizada el 26 de marzo, fue parte de un programa saudita establecido hace tiempo para separar siameses provenientes de familias pobres alrededor del mundo. El Dr. Abdullah al Rabeeah, el cirujano que dirige el programa, dijo que desde 1990 se habían realizado 40 procedimientos para familias de 20 países –en tres continentes– que no tendrían acceso a estas costosas operaciones. Estas incluyeron 34 separaciones como la de Fatima y Mishal, dos operaciones de “sacrificio”, como las describe el Dr. Rabeeah, en las que un mellizo enfermo fue retirado para que el otro pudiera vivir, así como cuatro mediante las que extirparon partes sobrantes del cuerpo en niños individuales.

El programa no ha difundido ampliamente su trabajo en las revistas científicas; el Dr. Rabeeah dijo que 70 de sus 74 pacientes todavía siguen con vida.

El Dr. James O’Neill, un profesor de cirugía pediátrica en el Centro Médico de la Universidad Vanderbilt, que también ha separado una gran cantidad de siameses, dijo que no conocía mucho sobre el programa saudí. Pero después de investigarlo, el Dr. O’Neill dijo que el programa parecía ser uno de los más grandes de su tipo en el mundo. “Aparentemente, parece ser eficaz”, comentó.

El éxito, señaló, debería medirse no solo por la tasa de sobrevivencia, sino también por las causas de muerte de los pacientes que no lo lograron y la calidad de vida de aquellos que sí.

El Dr. Rabeeah dijo que, de los cuatro pacientes que no sobrevivieron, dos murieron por padecimientos cardíacos, uno de cólera y uno de meningitis. Algunos de sus pacientes anteriores siguen en contacto y, ocasionalmente, le mandan fotografías. Por ejemplo, dos niñas de Sudán que él separó en 1992, lo visitaron recientemente después de graduarse de la universidad.

El programa tiene como sede el King Abdullah Specialist Children’s Hospital en Riad, el cual es administrado por la Guardia Nacional saudita. Es impulsado por una combinación de donaciones reales, caridad islámica y diplomacia pública perspicaz.

El Rey Salmán aprueba los casos particulares y el gobierno paga las facturas, dando a los pacientes y a sus familias boletos de avión en primera clase y hospedaje gratis. Las operaciones se promueven intensamente en los noticieros locales; un reportero y un fotógrafo de The New York Times se unieron a los periodistas sauditas dentro del quirófano para la cirugía de las niñas Ghani.

“Es una anomalía rara y única que llama la atención de la sociedad y de cualquiera que desee ayudar, y yo me he vinculado enormemente con ella”, dijo el Dr. Rabeeah, de 66 años, un abuelo canadiense y cirujano capacitado que se ha convertido en una suerte de héroe nacional.

Como ex ministro de salud que atendió a los miembros de la familia real saudita, el Dr. Rabeeah se ha relacionado de tal manera con los siameses que sus hijas gemelas idénticas –las más chicas de sus ocho hijos– una vez le preguntaron a su madre: “¿Cuándo nos separó papá?”.

Para la familia Ghani, de Swat Valley en Pakistán, el nacimiento de las gemelas había sido una mezcla de alegría e impacto. El padre dijo que había dejado la escuela en el octavo grado para ayudar a su padre en la granja, luego vino a Arabia Saudita para trabajar, mientras su esposa, Leena, permaneció en Pakistán con sus primeras tres hijas, que hoy tienen 4, 7 y 9 años.

La pareja estaba encantada cuando la madre quedó embarazada con gemelos, porque pensaron que era una gran oportunidad de tener un varón, dijo Ghani. Cuando las niñas nacieron unidas, los doctores se las llevaron y no le dijeron a la madre, pues temían que pudiera conmocionarse. Ella dijo que finalmente supo la noticia por su hija de 7 años tres días después.

El padre regresó de Arabia Saudita para buscar una solución para una situación que algunos de sus vecinos tomaron como un castigo divino.

Reciben terapia
Reciben terapia

“Mi familia y yo estábamos preocupados de que la gente a nuestro alrededor no supiera cómo reaccionar”, dijo.

La familia terminó por encontrar un hospital en Islamabad que podría hacerse cargo pero que no separaría a las niñas, las cuales comenzaron a ser más difíciles de manejar a medida que crecían. Como con todos los gemelos, ellas comían más y ensuciaban el doble de pañales que los bebés anteriores de la pareja, pero Fatima y Mishal no podían ser separadas cuando trataban de quitarse la comida una a la otra.

“A veces peleaban y a veces se abrazaban”, dijo la Sra. Ghani.

Finalmente, un doctor paquistaní le escribió al Dr. Rabeeah. La familia voló a Riad a principios de marzo.

El viaje fue un ascenso de nivel considerable para el padre, quien durante 12 años había ganado 530 dólares al mes como chofer de una familia saudita. Indudablemente, ahora era un invitado del rey.

El día de la operación, los padres la vieron a través de una pantalla gigante en el auditorio de otro piso; él enviaba mensajes a los familiares desde su teléfono, y ella lloraba silenciosamente y leía el Corán.

Dentro de la sala de operaciones, diseñada específicamente para siameses, con dos juegos de equipo médico, un equipo de 20 doctores, enfermeras y técnicos limpiaron a las niñas y les aplicaron la anestesia, luego marcaron sus cuerpos y comenzaron a seccionar. El equipo pronto entró en ritmo, hablando suavemente por encima del ruido de las máquinas y los sonidos superpuestos de los dos monitores cardiacos.

La parte más difícil era dividir el hígado, que básicamente resultaron ser dos hígados fusionados en uno solo, lo cual hizo que la separación fuera más sencilla, dijo el Dr. Rabeeah. Cinco doctores se concentraron en las niñas, unos deteniendo la piel mientras otros cortaban y cauterizaban, y otros suturando las arterias para prevenir la pérdida de sangre.

Arriba en el auditorio, las enfermeras que estaban en descanso venían a ver la operación, al igual que los miembros de la Guardia Nacional con sus uniformes camuflados y turbantes rojos.

En la primera fila estaba sentado Nabil Abdulhaq, un inspector escolar de Yemen cuyo hijo, Ahmed, había nacido dos años antes con dos cuerpos y una sola cabeza, corazón y pulmones. El Sr. Abdulhaq nos mostró una imagen en su teléfono del cuerpo recostado en una cama con la mitad de un torso extra extendido desde el pecho, con dos brazos y piernas extras.

Ahora Ahmed, que fue operado por el Dr. Rabeeah en febrero, estaba corriendo alrededor del auditorio, arrastrando alegremente los juguetes de otros niños.

De vuelta en la sala de operaciones, después de dividir el hígado, los doctores suprimieron los músculos abdominales de las niñas e iniciaron con la última tira de piel que las conectaba.

El humo se elevaba de la mesa y el olor a piel quemada invadía la atmósfera. Entonces, el Dr. Rabeeah contó regresivamente desde cinco, proclamando finalmente: “¡Cero! ¡Gracias a Dios!”, mientras las niñas eran separadas.

Las enfermeras irrumpieron en aplausos.

Luego, por primera vez en sus vidas, las niñas fueron colocadas en camas separadas. El equipo las suturó, mientras los cirujanos plásticos le daban un ombligo a cada una. Una vez estabilizadas, las niñas fueron conducidas al pasillo para reunirse con sus padres, una multitud de simpatizantes, el embajador paquistaní y el equipo de la televisión local que estaba transmitiendo en vivo.

“Pueden besarlas”, dijo el Dr. Rabeeah.

El padre lo hizo, luego dio un paso hacia atrás, se inclinó y colocó la frente en el piso en señal de agradecimiento.

Por Margarita Brito

Periodista con más de 20 años de experiencia en radio, televisión y prensa escrita. Esposa, madre y abuela. Escribo porque me gusta y porque nada me es ajeno.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *