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En mi barrio de Cristo Rey, donde resido, siempre está Ana (nombre ficticio), una madre soltera con dos hijos, uno de ellos con condiciones especiales que requiere mayor atención. Gracias a Ana y a otros ejemplos similares he podido constatar que mucha gente con posibilidades económicas, por lo general no le gusta ayudar a personas que como ella necesita de la caridad para comer y que a muchos les resulta más fácil brindar una cerveza, que un cartón de leche para alimentar a sus dos hijos.

Ana tiene preferencia política, hizo campaña por el presidente Danilo Medina, limpiaba calles como empleada del ayuntamiento capitalino, de donde fue cancelada, de nada valió que hablara y explicara su situación, no hubo reposición. Tras años de deambular buscando empleo, logró que la nombraran en una oficina del gobierno ubicada muy cerca del Estadio Quisqueya, en la que luego de más de ocho meses y muchas horas de protestas junto a otros compañeros, logró que le pagaran su primer cheque.

Las cosas que ha pasado Ana parecen de drama de telenovela, sólo que ella las vive en carne de propia y de paso nosotros, mi familia y yo, que aunque ayudamos en lo que podemos no siempre es posible.

Y es que las humillaciones que recibe tanto en el trabajo, como de parte de los compañeros, que cuando buscan votos no dejan de contactarla, ya que ella es muy conocida, para que le lleve o hable a sus vecinos de las actividades del partido, aunque a la hora de repartir canastas y otras facilidades, siempre es la olvidada.
Cómo dice el refrán la pobreza tiene cara de hereje, porque mientras Ana lucha por la manutención de sus hijos, ve como muchas compañeras que visten bien y andan con la «pechonalidad» afuera tienen los favores de los jefes.

Son muchas las ocasiones en las que con lágrimas en los ojos ha contado como al llegar a pie a su trabajo, algunos de forma burlona le preguntan en que transporte llegó o que le iban a dar $50 pesos, pero que tenían menudo, o que sólo le tocaba una libra de leche, porque no alcanzaba para más.

Con pasos lentos, por sus piernas llenas de varices a punto de explotar, de hecho hace unos meses por poco se desangra al abrirse una de las varices, Ana recorre el barrio, algunas mujeres le piden que le lave la ropa, le brille los calderos o le limpie la casa, lo que hace de buena gana, aunque la mayoría de las veces se aprovechan de su necesidad para pagarle menos. Así por la limpieza de casa o el fregado, que debían pagarle 200 ó 300 pesos recibe 50 y como máximo 100 pesos.

Aunque su salud es precaria, como dice «no le para bola» , trabaja con entusiasmo y señala que la gente la busca porque nadie limpia la casa y los calderos como ella, aunque lamenta que no le paguen algo más.

«Hay hombres, (vecinos) tomando en el colmado, me llaman para darme una cerveza, pero cuando le digo que no que mejor me den un cartón de leche me dicen que no», lamenta esta joven mujer que pese a todo no desmaya buscando la salud de su hijo menor de seis años, que aún no habla y tiene deficit de atención, entre otras complicaciones.

Pero Ana me ha mostrado su optimismo, pese a todas las vicisitudes que pasa con su niño especial, con el cual no sale del Robert Reid Cabral o del hospital Santo Socorro, cuando se le agrava, lugares a los que muchas veces se traslada a pie, con su niño cargado, porque no tiene dinero para pasaje. Es cierto que también encuentra mucha gente solidaria que le ayuda con el pasaje, aunque no siempre.

Pese a que a todo, ella siempre está alegre y hace chistes y cuentos, con su voz ronca que a veces le cambia a chillona, provocando risas, ella siempre va a la casa de mi mamá a leer su horóscopo, dizque para alegrarse la vida!, de nada sirve que le digamos que no se lleve de eso, que lo hacen al azar, por lo que decidí no decirle nada y dejarla disfrutar de esa pequeña alegría.

Pero Ana tiene a su alrededor, lo que yo llamo demonios, que le aconsejan cosas malas: estos son algunos vecinos, que le aconsejan cosas como que se prostituya para conseguir dinero, porque todavía es joven y no tan fea, o que le de dos puñaladas al padre de sus hijos porque no la ayuda en la manutención, pero ella no hace caso porque dice que cree en Dios.

Pese a todo Ana sigue luchando, y aunque es una mujer por lo general alegre, tiene momentos de tristeza, como le pasó este domingo 21 cuando sus esperanzas de recibir alguna caja del gobierno, pues no hubo nadie que la llevara las actividades programadas.

Con sus piernas y pies hinchados, negros por la mala circulación de la sangre, y los ojos aguados por las lágrimas, Ana se dirigió a su casa,caminando lentamente, mientras pensaba cómo hacer para cocinar un arrocito blanco, porque se estaba muriendo de hambre.

Por Margarita Brito

Periodista con más de 20 años de experiencia en radio, televisión y prensa escrita. Esposa, madre y abuela. Escribo porque me gusta y porque nada me es ajeno.

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