Margarita Brito

Recuerdo un pasadía en Boca Chica, hace ya más de dos décadas, cuando las vías terrestres no estaban tan desarrolladas y en los barrios de Santo Domingo se hacían giras a esta cercana playa para disfrutar de las aguas del mar Caribe.
Mi tía, a quien llamaban doña Juana, hacía este tipo de giras varias veces al año como forma de lograr algún ingreso, aunque para la época el costo del pasaje era bajo, al igual que los salarios de la mayoría de quienes vivían en el barrio de Villa Juana.
A la mayoría de los jóvenes de la barriada le encantaba este tipo de can (bonche o coro como se diría hoy), lo cierto es que se compartía en un ambiente de camaradería, sin ningún tipo de morbosidad entre los varones y las muchachas que iban a este corto viaje de placer.
Sin embargo, este domingo al que me refiero ocurrió algo especial que quedaría en los recuerdos para comentar y reír en momentos de juntadera entre la familia y amigos.
Pues ese domingo especial fue que a Julia (nombre ficticio para protejer la identidad de la persona que le pasó) quien estaba disfrutando de su baño de mar y reía a más no poder, se le cayó en pleno mar la dentadura postiza o «la caja de dientes».
Los recuerdos ya se hacen lejanos, pero rememoro cómo todo el grupo se lanzó al mar a buscar los dientes de la muchacha, que no se cómo tan joven (no pasaba de 25 años) ya los había perdido casi todos.
Los esfuerzos dieron fruto, porque alguien logró localizar la dentadura en el fondo del mar, y pronto Julia pudo lucir de nuevo su sonrisa, mientras los del grupo intentaban contener la risa para no herir su sensibilidad, tras la búsqueda en el agua, pero eso si, cuando llegaron a la casa el cuento de los dientes ya era popular y todavía hoy algunos lo recuerdan y ríen al relatarlo.