Santo Domingo. A diario miles de personas transitan por la avenida Máximo Gómez, y cruzan la Nicolás de Ovando para abordar el Metro u otro tipo de transporte público, es posible que muchos ignoren que tras los callejones que van dejando atrás hay un verdadero submundo: barrios donde residen decenas de familias pobres.
Aunque la pobreza es palpable,muchos de los que allí residen son gente trabajadora que se levanta temprano para ir a su trabajo, pero también de estos callejones, muchos de los cuales dan a otros sectores, son usados por ladrones y asaltantes que tras cometer un atraco desaparecen por ellos, dejando a sus víctimas en shock.
Lo cierto es que en el callejón todos se conocen, saben quien es el ladrón. quien usa drogas, quien trabaja, quien engaña al marido, a la mujer que «se la busca»( como trabajadora sexual ). La cercanía del vecino es tal que prácticamente no hay secretos.
En los callejones y cuarterias de los barrios pobres de Santo Domingo, las familias viven hacinadas, en desvencijados cuartuchos en donde apenas cabe una pequeña mesa, una cama o unos muebles de sala.
Pese a la pobreza no faltan en estos la televisión de plasma que apenas cabe y el equipo de música.
Conocí una familia de uno de estos barrios, donde en dos cuartuchos de cuatro por cinco metros vivían la madre, el padre cuatro niños entre los nueve y dos años y el abuelo.
Allí el desayuno se convierte en almuerzo y este en la cena, los niños no tienen merienda a no ser que se vayan a una escuelita pública a más de 10 cuadras de donde residen
No falta la solidaridad entre unos y otros, pero también hay enemistades fruto del propio hacinamiento.
Allí los niños maduran antes de los seis años, hablan de que hay mujeres chapiadoras para referirse a las que se prostituyen y para ellos las cosas no tienen nombre, sólo un genérico: «vaina». Así es normal decir que se comieron una vaina o que van pa´la vaina o pasó una vaina.
En este ambiente conocen el irrespeto a los mayores, las malas palabras, saben quienes se drogan o quienes roban.
En uno de estos callejones conocí Shari una niña de 11 años, que a pesar de estar en quinto curso apenas sabía escribir y su forma de hablar muy tìpico de gente de campo, por ejemplo los muchachos para ella es los muchachoses, las niñases y casos similares.
Pero con alegría contagiosa, muchos deseos de trabajar y ayudar a su familia, pero en especial siempre con hambre y deseos de comer algo diferente, aunque para ella los sandwiches y los hot dogs son lo máximo.
Como Shari muchos niños y niñas buscan un escape para salir de su casa, donde con estrechez en que viven apenas pueden estar, por eso cuando le hablan de clases en escuelitas del barrio o en los centros de Don Bosco, no lo dudan y de inmediato se van allá para jugar y si es posible disfrutar de una merienda.
Pero para Shari y su familia las cosas han del gobierno cambiado un poco, así me contó que su mami iba a recibir un bono escolar, con lo cual se ayudará para comprar sus libros y los de sus hermanos.