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Rosanna Vargas/José Rafael Sosa

Em su triple condición de dramaturgo, profesor de teatro y director,Haffe Serulle, tal cual lo hace ahora con Pandemónium, la más reciente obra teatral de Haffe Serulle, que se presenta en la sala que lleva su nombre del edificio de la Escuela de Bellas Artes.

Seleccionó voluntariamente y hace tiempo el camino del teatro cuesta arriba, ése sin especial debilidad por llenar teatros de miles de espectadores a los cuales cumplirles el compromiso de la carcajada a pedir de boca, a cambio de una taquilla redituable.


Es un teatro de condiciones muy únicas que une trascendencia temática y sobrevalor artistico.
Su teatro es notablemente inconformista incòmodo si se le piensa en funciòn de la escena tradicional y tranquila. Un teatro, desafiante a partir del talento recien descubierto, al cual no se puede ir ni con prisa para salir de eso ni con tareas pendientes por lo absorvente y ensimismante de las acciones histriónicas.
Pandemonium es la continuación de sus piezas anteriores: Kalígula Bash, La casa del Pros-Tib; Un cielo azul para morir; Piromancia; Tinglado de Acero; De arriba Abajo; La Residencia y Bachata ante Mortem. Todas posteriores a El horno de la Talega, 1998, El canto de la calabaza, 2000, El Gran Carnaval, 1994.
Pandemónium es estridente y, no es, ciertamente, una vía para escapar a un mundo mejor sino para encarar una realidad prometedora aunque no menos difícil: emprender el viaje ascendente a zonas más elevadas de la existencia humana tras el horror.
En la acogedora y pequeña sala que acoge 50 personsas por función, y que se monta cada noche hasta el domingo 14 de septiembre, vuelve a ejercer el hechizo de su arte que opera secuestrando, como el adivino cuando toma la palma de nuestra mano y en su acto de clarividencia a la vez atrapa y nos asusta.
La dramaturgia de Serulle, que para mucha gente del medio resulta alti-sonante, excesivamente experimental, marcadamente
Se apoya en la Gianny Liselotte y Belnis Aquino, descendemos en un ejercicio dantesco a las profundidades del tenebroso y perturbador abismo que cavan el miedo, la soledad y las ansías de certeza.
Dos figuras estáticas permanecen en el descanso de una escalera. Sonidos ininteligibles llenan el aire, los ojos de las oscuras figuras parecen dejar un hueco en nuestro ser con sus expresiones de espanto y shock.
En el fondo yace una sala en la cual se exhiben los artefactos que narran una historia malévola y existencial.
Ambientada en un macabro escenario dislocado y sensorialmente provocador para un público que es guíado en un experimento a través de gritos descarnados, desesperadas y violentas contorsiones, símbolos crudos y golpes bruscos por el andamiaje del horror, en cada escalón de la progresiva secuencia descendente del pandemonio haffeano, los actores nos muestran los estadios de la consternación de la búsqueda.
Con movimientos concatenados y una sudoración que comunica la exhaustividad del horrible proyecto existencial, los dos arrojados jóvenes actores exploraron y mostraron al público los sedimentos de dos almas devastadas y fatigadas en el ser acusado de amenazas, prescritas prudencias y miedos.
Si alguna vez ha existido una imagen de la desolación, Liselotte y Aquino, persistentes viajeros en la nocturnidad de espanto de Haffe Serulle, la retratataron en sus retorcidos cuerpos, en sus caras pobladas de pavor y en sus sobresaltados parlamentos.
Escuchamos los gritos quebrados y el metálico golpeo de las cadenas que ataban y que parecían proceder de los actores colocados en un tétrico escenario pero, quizás sea más interesante mirar a estos elementos a la Haffe: sin un autoreverente solipsismo.
Más que identificarnos con los personajes como individuos, nos identificamos con sus anónimos miedos viscerales. En momentos precisos, la figura femenina pronuncia un discurso angustiante que su contraparte masculina reproduce con muecas raras. Uno de los personajes, en un gesto mudo se cubre los oídos, y grita silenciosamente. El personaje femenino, su compañero, usted y yo somos víctimas. El abismo nos arropa y nos ensordece.
La obra de Serulle posee un valor que sobrepasa el mérito de los experimentos acrobáticos y teatrales-museográficos que efectúan los participantes en sus guiones.
La experimentación que caracteriza Pandemónium se beneficiría si proporcionara claves adicionales para quines se inician en la experiencia haffeana u ofreciera mayor dirección al público participante pues la obra demanda a ambos colocarse y recorrer espacios reducidos, cerrados y oscuros y, por igual, experimentar ciertos niveles de exposición, condiciones a las que no todos los individuos responden positivamente. Una vez en el último punto del trayecto en el mundo underground de Haffe Serulle, los jóvenes actores lograron encerrar al público en una cámara en la cual se respiraba un aire de angustia aunque algunas repeticiones con el empleo de los recursos gluturales si bien añadían dramatismo a Pandemónium, afectaban la calidad de la experiencia teatral, que el dúo entregó, al tornarse predecibles.
Que quede claro que asumir esta tarea no es proyecto individual en la obra de Haffe Serulle. Una voz en la oscuridad ordena “No me sueltes” y afirma “Tengo miedo”.
Unas miradas penetrantes en la negritud envolvente nos mandan a escalar ese peldaño que nos conducirá a otras menos desoladoras coordenadas.
La obra de Serulle nos anticipa, que el recorrido será ennegrecido y nos acechará la incertidumbre pero existen elementos de los cuales asirnos.

Por Margarita Brito

Periodista con más de 20 años de experiencia en radio, televisión y prensa escrita. Esposa, madre y abuela. Escribo porque me gusta y porque nada me es ajeno.

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