Washington. Los presidentes de Estados Unidos, Barack Obama, y de Francia, Francois Hollande, mostraron la solidez actual de su alianza, una garantía, según ellos, de que ambos países están dispuestos a actuar unidos para consolidar los progresos en Irán, reforzar la cooperación económica trasatlántica y frenar la extensión de la catástrofe humanitaria en Siria, con el uso de la fuerza si llegase a ser necesario.
“La confianza mutua ha sido restablecida”, sentenció Hollande, en su rueda de prensa con Obama, para certificar que el último obstáculo aparecido en las relaciones bilaterales, el de los programas de espionaje de EE UU, ha sido definitivamente superado.
Francia y EE UU tienen hoy mejores relaciones “que hace cinco, diez, quince o veinte años”, insistió el presidente norteamericano, que confesó entenderse personalmente con Hollande y admirar el papel histórico de Francia. Obama dijo que ningún lugar del mundo enciende el corazón como París en primavera y Hollande expresó su orgullo por pisar “un país consagrado a la libertad y la igualdad donde cualquiera puede conseguir sus sueños”.
Tantos fueron los elogios mutuos que una periodista francesa preguntó a Obama si Francia había desplazado al Reino Unido como el mejor aliado norteamericano en Europa. Obama respondió, cortésmente, que no se le pidiera decir a cuál de sus dos hijas quería más.
Obama y Hollande intentaron demostrar que esa alianza no se limita al plano afectivo o retórico. Dijeron que están “absolutamente unidos” en su voluntad de impedir que Irán tenga armas nucleares. Informaron que han abierto un “diálogo comercial” para estimular las inversiones en ambas direcciones. Y prometieron hacer sus mejores esfuerzos por sacar adelante cuanto antes el tratado de libre comercio entre EE UU y la Unión Europea.
Pero el escenario en el que esta alianza debe ponerse a prueba de forma urgente es Siria. Hollande ha demostrado ya de sobra ser un verdadero halcón en lo que respecta a Siria. Fue el primer gobernante mundial en sumarse el año pasado a los planes norteamericanos de intervenir militarmente para destruir el arsenal químico de ese país, y también fue el último en descolgarse de ese proyecto, incluso después que el propio Obama.
Hollande ha demostrado ya de sobra ser un verdadero halcón en lo que respecta a Siria. Fue el primer gobernante mundial en sumarse el año pasado a los planes norteamericanos de intervenir militarmente para destruir el arsenal químico de ese país
Ahora el deterioro de la situación en Siria es tan grave que vuelve a aparecer, aunque remotamente, la posibilidad del recurso a la fuerza. Obama dijo que, por el momento, no creía que esa fuese la solución a la crisis, pero admitió que la puerta sigue abierta y que, puesto que “la situación es muy fluida”, “todas las opciones pueden ser consideradas en el futuro”.
Ambos presidentes admitieron que las conversaciones de Ginebra no han conseguido ni de lejos sus objetivos y que la degradación de las condiciones de vida de la población siria es inaceptable. “Siria se está desmoronando”, dijo Obama. Hollande extendió esa preocupación a Líbano y aseguró que ni él ni el presidente de EE UU iban a tolerar la división de ese país.
El presidente ruso, Vladimir Putin, fue uno de los principales destinatarios del mensaje de unidad que Obama y Hollande quisieron dar. El presidente norteamericano recordó que Rusia “no parece estar muy preocupado por la suerte que sufran los sirios” y se ha convertido en “una resistencia” a cualquier solución.
La novedad de esta estrecha colaboración entre dos naciones que hasta hace poco se caracterizaban más bien por sus desencuentros parece haber sido suficiente para alejar por un rato el fantasma que ha perseguido a Hollande hasta Washington, el de su situación sentimental.
Es, obviamente, un asunto incómodo que los periodistas tuvieron la delicadeza de no abordar en la rueda de prensa, pero con el que Hollande tendría de nuevo que convivir en la cena de gala de la noche, con sus anticuados protocolos en la mesa y en el baile de gala. Afortunadamente para él, se encuentra frente a una pareja que no es muy amante de tanta solemnidad y que, con la de Hollande, ha celebrado solo cinco visitas de Estado. El honor, por cierto, le correspondía a la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, que renunció por el asunto de las escuchas.