Febles agradeció el trofeo en forma de flor de loto, entregado por el Comité Ejecutivo de Participación Ciudadanoi junto al presidente Abinader, en el Paraninfo Economía de la UASD
Santo Domingo.- El paraninfo de la Facultad de Economía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo se transformó ayer, al caer la tarde, en un escenario inusual. Militares y policías del Cuerpo de Seguridad Presidencial (CUSEP), una flotilla de vehículos de alto cilindraje y estrictas medidas de seguridad crearon un ambiente que recordaba más a un acto de Estado que a un homenaje civil.
En los alrededores, grúas de DIGESETT removían vehículos y se estableció una ruta controlada para la movilidad de los invitados: amigos, colegas y admiradores de Edith Febles, convocados para la entrega del Premio a la Integridad en la lucha contra la corrupción, otorgado por Participación Ciudadana, con la presencia como invitado especial del presidente de la República, Luis Abinader Corona. Pero la solemnidad logística fue apenas el marco que contuvo un acto profundamente simbólico.
La maestra de ceremonias, la periodista Amelia Deschamps, describió a la homenajeada como parte de una generación que se negó a quedarse en la superficie de los hechos, una profesional que eligió “atravesar la superficie de los acontecimientos para llegar a la verdad esencial, esa que no admite maquillajes ni complicidades”.
Y dentro de esa verdad —recordó Deschamps— Edith ha mantenido siempre su mirada en quienes tienen menos voz, menos defensa y menos oportunidades: las víctimas silenciosas de la corrupción, ausentes en los discursos oficiales pero presentes en las estadísticas del abandono.
Participación Ciudadana situó a Febles dentro de la estirpe de periodistas que entienden su oficio como un servicio público, no como espectáculo ni ornamento. Un servicio público ejercido en un territorio donde las garantías suelen ser frágiles y donde cada investigación implica riesgos, presiones y silencios incómodos.
No siempre fue así. O quizá sí. Edith Febles empezó a marcar diferencias desde temprano, cuando en los años 90 investigó y denunció el abuso infantil en una institución supuestamente cristiana en Higüey.
Desde entonces, esa primera herida colectiva que decidió exponer la convirtió en una periodista que, sin proponérselo, asumió una responsabilidad: cargar con un país sin callar lo que duele. Lo hizo al denunciar tramas y entramados de todo tipo, incluido el más reciente caso que afecta los recursos del Seguro Nacional de Salud (SENASA), revelando fallas estructurales que comprometen la confianza pública.
Su tránsito por radio, prensa escrita, televisión y redes sociales demuestra que la ética no depende del formato. Su espacio digital Edith Febles, tal como es confirma que el liderazgo de opinión nace de la credibilidad ganada a pulso, no del artificio tecnológico. En cada plataforma, Edith ha logrado trasladar un principio simple y exigente: informar con rigor, decir sin miedo, nombrar lo que muchos prefieren dejar en penumbra.
La ceremonia tuvo un componente excepcional: por primera vez, un presidente constitucional asistió a una entrega del Premio a la Integridad sin usar el escenario para promoverse.
El gesto del presidente Abinader fue interpretado como una señal de respeto hacia la esencia del acto: la defensa de la integridad como fundamento democrático. En un país donde la frontera entre poder, reconocimiento y propaganda suele ser difusa, ese protocolo sobrio fue leído como un mensaje.

Entre el público se mezclaban rostros conocidos y otros casi invisibles, pero todos unidos por una emoción común: la reivindicación de una forma de ejercer el periodismo que no siempre ofrece recompensas.
Muchos allí sabían que el precio de esa coherencia puede ser el aislamiento, la incomodidad o los ataques. Por eso la entrega del trofeo —una flor de loto, símbolo de la transparencia que emerge incluso del barro— tuvo el poder de una justicia merecida.
La noche no celebró solo a una periodista. Celebró una forma de ciudadanía ejercida desde la palabra y la investigación. Un recordatorio de que, en un país donde la corrupción a veces parece una sombra interminable, todavía hay voces —como la de Edith Febles— que prenden luces. Luces que no iluminan para exhibirse, sino para que todos podamos ver un poco mejor.

