La lagartija al fin pudo salir del oído

Sucedió hace unos años pero de repente me llegó a la memoria, pensando en la fobia de la mamá de mi querido Omar Rivera, candidato a presidir la Sociedad deMedios Digitales (Sodomedi), fue un episodio muy singular, porque estábamos dormidos y era de madrugada, cuando de repente desperté y ví a mi esposo que se había tirado de la cama y daba saltos, mientras se daba palmadas en un oído, sacudiéndose y saltando.

Aunque el lagarto apenas tendría algo más de dos centímetros saber que lo tenía en el oído era desesperante

Asustada me levanté preguntándole qué le pasaba. pero él estaba desesperado y no decía nada. Cuando por fin habló fue para decirme que mirara a ver que tenía en el oído y al mirar la sorpresa me dejó muda. Qué tengo me preguntaba asustado, no sabía como decirlo, pero al final dije: «creo que es un lagarto».

El se volvió como loco, «sácalo, sácalo» me decía, mientras yo veía con temor la cola del reptil, con temor, porque no me gustan los lagartos y temía que al halar la cola se quedara en mis manos. Era escalofriante.

Creo que la costumbre de dormir con las persianas abiertas y que la cama estuviera al lado, permitió al lagarto reptar y saltar con tan mala suerte de caer en el oído de Rubén.

Sin saber qué hacer vi en la mesita de noche alcohol y le dije «déjame echarte un poco a ver si se muere». El no quería, pero no tuvo más remedio y me dejó hacerlo.

Por suerte el olor a alcohol molestó al pequeño reptil, que se movió y gracias a Dios logró salir del oído. Habían pasado pocos minutos, pero para nosotros fueron horas.

Al examinar al lagarto, una vez salió del orificio auditivo, notamos que era pequeño, de apenas dos centímetros y algo, pero n¡ decir, qué grande lo sintió Rubén en su oído, lo único que pensábamos era que podía seguir hacía el interior.

Lo cierto es que tuvimos mucha suerte de que el alcohol le hiciera salir sin mayores consecuencias ni secuelas posteriores.

Siempre en las casas en que hemos vivido hemos visto lagartijas, que nosotros llamamos salamanquejas, son como transparentes y no, no hacen daño, salvo comer mosquitos, ellas no se meten con nosotros ni nosotros con ellas.

El caso del que cayó en el oído de mi esposo, algo increíble y que nos asustó mucho, hoy nos da mucha risa y es algo cómico por los saltos que daba Rubén como si se hubiera vuelto loco de repente.

Por Margarita Brito

Periodista con más de 20 años de experiencia en radio, televisión y prensa escrita. Esposa, madre y abuela. Escribo porque me gusta y porque nada me es ajeno.

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